sábado, 13 de febrero de 2021

Día 4 "El mundo entero, titilando"

                                             El mar es un vaivén que no cesa, alimenta y asfixia al mismo tiempo. Amor, odio y templanza para una lanza escondida en un rincón inhóspito que cala desde dentro y llega al infinito del ser. Ahora en este momento soy yo y no otro, templanza me falta en el ahora, oscuridad inaudita y firmeza en el cuerpo etéreo de lo inútil. Agua que corre como manantial, limpiando la oscuridad de la ciénaga y llevando hasta la luz el capricho de mi mano y la locura o cordura de mi ser.

                                            Aumento en el ritmo cardiaco que esta sensación de libertad me produce, esta tinta que sale de mi boca como palabra vomitada desde la roca. Me bloqueo pero me obligo a no parar y sentir cómo algo dentro de mí se conecta, escribe y escribe sin saber realmente qué soy o a qué vine en este momento y en este papel. Me alejo de la realidad como si fuera un espectador que no controla lo que ve y no sabe qué espectáculo ocurre delante de sus ojos. 

                                            Estoy poseída por un ente que no conozco pero que me arrastra hacia un lugar donde me parece haber estado en algún otro momento de la vida, quizás hace ya tanto tiempo que no venía que no lo reconozco o que no lo recordaba. Ahora en este momento me parece reconocer su luz, su espacio, su olor, su disposición, es como una visita a una estancia que conocí en la niñez, como sentarse en una silla antigua, la de un familiar cercano, parece un hogar donde en algún momento fui feliz o al menos frecuentaba, incluso pienso que pude vivir aquí y llevar una vida mundana. Me vienen recuerdos que huelen a galletas, a amor o a algo que me hacía estar segura, me recuerda este lugar a infancia, a mi abuela, a su hogar, un hogar donde la lumbre siempre estaba encendida, la olla puesta y la mesa dispuesta para la conversación, las confesiones y sobre todo para la risa, alimentándonos con un buen condumio.

                                            Me atrevo a confesar que incluso es lugar para el amor, en este momento he tenido un flash en mi cabeza y he recordado lo bonito de tener mariposas en el estómago y sentir el calor de unos ojos mirándote con deseo, o una mano cálida invitándote al disfrute del otro, del cuerpo, de la carne y del sentimiento, mirar sin tocar y tocar sin mirar, goce, disfrute, pasión.

                                            Aquellos años en los que el pensamiento sólo fluye desde el temperamento y no desde la psique, ¡Cuánta razón! Aquello era la vida, hacer y sentir sin tener que detenerte por unas creencias rancias y sin mirar hacia los lados para comprobar que nadie te ve y te puede juzgar por lo que haces, dices o sientes es ese momento ¿Era aquello la vida? Y si es así, qué es esto que ocupa nuestro ahora. Quizás sea la manera de mirar, de sentir o la permisividad que nuestra mente hace al observador o...quizás sea yo misma quien observa y juzga, teniendo miedo al fracaso o a no ser quien él quería que yo fuera. Y me pregunto ¿Quién era él?¿Es el corazón?¿Es Dios padre?

                                            ¿Quién es nadie para coartar mi libertad que me fue dada al nacer?¿Quién es nadie para manejar una vida que fue creada para ser vivida?¿Quién es nadie para anular la felicidad de dominar tu vida?¿Es él? ¿Soy yo?








                                            

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